“Cóndor”, de María Casiraghi

https://www.excentrica.ar/wp-content/uploads/Portada-Condor-Casiraghi.jpg“Cóndor”, de María Casiraghi

 

Una selección de poemas de “Cóndor”, el poemario más reciente de María Casiraghi, acompañados del texto leído por María Malusardi el día de su presentación.

 

CÓNDOR, DE MARÍA CASIRAGHI

Por María Malusardi

Las aves saben que nunca se alcanza el cielo, dice un verso de María Casiraghi. Nosotros, que sabemos que el cielo es una entelequia  –o acaso una alegoría de lo imposible en los ojos –, nos arrojamos (precipitamos) sobre el lenguaje que, al igual que el cielo para las aves, resulta una experiencia abisal, en palabras de José Ángel Valente.

Creo que es necesario, primero, compartir con ustedes el primer poema, ya que nos brinda el tono del libro y además, en tanto umbral, este primer poema acoge  –y recogerá – el derrotero de nuestro asombro.

Si quieres ser el primer hombre de la tierra

abre estas rocas, ahora.

Habrá tiempo

después

para pintar las cuevas.

Como el silencio, refúgiate

en los tímpanos de la montaña

oye

solamente

la fe de la naturaleza.

Que se apaguen los otros

esos que esperan

como tú

que suban el telón los buitres.

Porque esta butaca es tuya.

Pero el tiempo, impune,

se ha vuelto desertor.

Paciencia

estos parajes de América

no escupen tiempo ni sangre

son espejos de arena

donde hasta el viento se detiene para verse

con sus alas

incesantes

moviendo la historia.

Verás lo que puedas ver.

Verás solamente

lo que ellos

quieran que veas.

 

“Verás solamente / lo que ellos / quieren que veas.”

¿Es una advertencia? ¿Un necesidad? ¿Un destino?

En este primer poema se presentan, aunque sin nombrarlos, el cóndor y el humano, que serán protagonistas hasta el final, y se ubican lugares, espacios, que son materia y escenario recurrente (el aire, la montaña, la piedra). Pero también se afirma una arquitectura del lenguaje que mantiene el derrumbe en sus vísperas: cada uno de los poemas que integran el libro se contiene, equilibrado, y la ferocidad (a veces la rabia) es el tendón que nunca se ve pero que por debajo tensa, da el timbre sonoro como cuerda de viola y excita las reverberancias del sentido:

 

XI

Remontan solitarios, y en esa armonía

se hacen señas

se alejan, vuelven, suben,

orgullosos

desfilan:

esta mañana

nos van a embalsamar.

En la cima

nadie se rinde, nadie se va.

No te das cuenta de que estás en el mundo.

No sientes hambre, ni calor, ni frío.

Un teatro invisible te sostiene

ya no sabes quién es quién en esa nube

feliz de no estar en ningún lado

inmóvil

feliz de ser

un ser

para la muerte

y que ya no importe.

 

Durante mi lectura, no pude evitar un regreso a Lucrecio, De rerum natura (De la naturaleza de las cosas). Que me derivó, a la vez, a la relectura de un hermoso ensayo del filósofo George Santayana en el que se explaya no sólo con sabiduría sino con belleza sobre la obra de Lucrecio. Dice:

“Parece que estamos leyendo, no la poesía de un poeta acerca de las cosas, sino la poesía de las cosas mismas.”

“Lo que Lucrecio demuestra a la humanidad de una vez por todas  –continúa Santayana – es que las cosas tienen su poesía a causa de su propio movimiento y vida, y no simplemente porque nosotros las hayamos convertido en símbolos.”

María Casiraghi logra el amparo de esta reflexión de Santayana. Cóndor, en palabras del filósofo, “descubre los resortes secretos de las apariencias” y de este modo “abre a la contemplación un segundo mundo positivo, la fragua de la naturaleza y sus activas profundidades, donde un mecanismo prodigioso alimenta continuamente nuestra vida…”.

 

X

Cuando un cóndor

encuentra una grieta

no ve la sangre de la roca

no teme los resquicios

líquidos

de la montaña.

La intemperie es fría

las heridas

calientes.

Sabe

que no puede refugiarse

si no es

donde se ha roto la naturaleza

si no es en ese hueco

que se abre en los paisajes más perfectos

cuando el sismo

de la vida se violenta

tras años de estar quieta.

Sólo allí

donde la piedra se vulnera

el cóndor alimenta sus crías

con la leche de un mar difunto

con la rabia de la roca sedentaria.

La arcilla sufre

cuando es plana

sin cóndor

que la fecunde

y sin viento que la rompa.

 

Leer poesía es ejercitarse en volar. Volar hacia donde nunca llegaremos.

Cuando transitamos la escritura del poema (cuando leemos) volamos. Cuando el cóndor vuela, nos lee (nos interpela) y nos denuncia. Este poemario nos convoca al vuelo, un vuelo oracular hacia el origen, donde todo se equipara, se alinea y, por eso mismo, nos deriva hacia otra dimensión: “… naturaleza nada aniquila, sino que reduce cada cosa a sus cuerpos primitivos”, escribe Lucrecio.

“La inspiración capital de Lucrecio  –nos advierte Santayana– consiste en afirmar que todo lo que observamos a nuestro alrededor, así como nosotros mismos, no es otra cosa sino formas pasajeras de una sustancia permanente.”

Cóndor, como una continuidad secreta  –la poesía va trazando sus caminos y sus tramas– se alía con la filosofía lírica de Lucrecio, aunque nos instala en una realidad actual que contempla  –alejada de todo didactismo y dato duro – un ave imponente y su geografía como patrimonio simbólico de los pueblos originarios de América.

Pero también “hubo un plan // meticuloso / preciso / / para amputarle el cielo a los cóndores jóvenes”, dice Casiraghi. En nombre de este nombre, ya se sabe, los integrantes de la fuerza aeronáutica lanzaron cuerpos vivos desde los aviones. Esta tragedia política irrumpe en el libro sin perder jamás el lirismo ni la alegoría.

Es la respiración asfixiada de la historia lo que el cóndor lee en su volar:

“Paciencia /estos parajes de América / no escupen tiempo ni sangre // son espejos de arena / donde hasta el viento se detiene para verse / con sus alas / incesantes / moviendo la historia.”

Nos leemos en la ráfaga del cóndor, en esa estela del aire:

“Pero hay un eco que no es nuestro / más allá del río, en la piel de las piedras. // Su sonido se nutre / de la templanza del cóndor.

Hay un cóndor sagrado, otro mítico, otro predador, otro subversivo. Todos son el mismo que ven el mundo desde “la altura del tiempo”, dice María Casiraghi, ese tiempo al que nosotros, humanos, nunca podremos acceder.

 

 ***

Selección de poemas

 

 

No salen de sus nidos

no se oye siquiera el aleteo de ayer

de años atrás.

 

Habrá que aprender

que la era de la siembra humana

no comparte relojes

con las horas de las aves

(las madres cóndoras

sólo amamantan su instante

y cultivan terrazas sin época

para que nada suceda).

Habrá que esperar

que los cóndores digieran la mañana

la vendimia en la altura

es siempre suave

como el agua que baña a los niños

como llovizna que roza las campanas.

 

Ellos recogen corazones recién muertos

y los comen

 

para duplicar su alma.

 

*

 

¿Por qué no siente la amargura del exilio?

haber sido profanado

cambiar de cruz

de alimento

inquebrantable

sigue su rutina

desde el nido

al mar

del mar al basural de los humanos

del basural

al cielo.

 

Hay que mirarlo

una vida entera

verlo volar

y lavar el hambre de todas las religiones.

 

Si el confín del cóndor es el cóndor

su cuerpo, en el cielo, es el único límite de dios.

 

*

 

No caza

no está hecho para matar

pero es capaz

de provocar tu muerte

 

su extrema belleza

puede hacerte caer

a lo más profundo de ti.

 

Así lo hace

con los pobres creyentes

 

como ese burro

que camina sereno

por la cima del cañadón

y el cóndor,

con su manto adormecedor

lo deja boquiabierto

ojos al cielo

enamorado.

 

Muy despacio

el estratega del aire

lo lleva al precipicio

 

en el filo

lo hipnotiza

 

aletea con violencia

y el burro

de pánico y vértigo

cae.

 

Días después

su cuerpo ya es carroña

y el ave

inmaculada

lo sale a buscar.

 

(Estas cosas suceden

cuando el hambre

es grande.

 

El hombre entierra su moral

y el cóndor

su naturaleza).

 

*

 

Si es cierto

que van a desaparecer

y hay criaderos

donde sus madres

son títeres

 

todo al final

es simulacro

no importa si estás

o si no estás

si te aman

o si amas

 

más real

más verdadero

es sospechar el amor

y abandonarse en su sensación

 

que por estar, te amen

que al ser amada, estés.

  

Porque al amar

entramos

con el cuerpo cosido

en la utopía del amado.

 

*

 

Si lo miras bien

el cóndor también es subversivo

desobedece la ley de gravedad

invierte los estados del alma

y nunca desaparece.

 

Siempre está volviendo

 

sus alas traen espejos

del más allá.

 

No sabían

los verdugos

que el cóndor no tiene cuerpo

los siglos en el aire

lo han vuelto una visión,

un espectro.

 

(el que limpia puede curarte)

 

Por eso tanta saña y tanto miedo.

 

Los aparecidos

ya saben volar como los cóndores

 

el infinito

también tiene sus métodos.

 

*

 

EPÍLOGO DEL CÓNDOR

En los extremos de mi cuerpo

vive un instrumento que no tiene nombre

pareciera que es garra

cada dedo una nota

y una ira vieja en cada uña.

 

Si camino provoco melodías inútiles

teclas negras

son mis alas cuando abro los ojos y me lanzo al día

y en mi garganta

las teclas blancas

cantan a mi pesar

para todo el público.

 

Soy el silencio

soñando ser alguien en la música

una palabra dicha a tiempo

esa que salva a los humanos

justo antes de tirarse desde el puente.

 

El día es vasto

y muevo la cabeza

la giro, la revuelvo, y después la zambullo en la carroña.

 

En mi sombra también soy cóndor.

 

La oscuridad

si vuela

puede alumbrar el mundo.

 


María Casiraghi nació en Buenos Aires en 1977. Es poeta, narradora y periodista, licenciada en Letras por la UBA. En poesía, publicó: Escamas de Silencio (2004), Turbanidad (2008), Décima Luna (2011), Loba de Mar (2013) y Albanegra (2015) y Cóndor (2018), todos ellos por Alción Editora, y la antología Vaca de Matadero(Editorial Summa, Lima, Perú, 2017).  Poemas suyos se publicaron en diferentes revistas digitales de poesía, nacionales e internacionales. Como periodista/narradora, escribió por encargo los libros de relatos y fotografías Retratos, Patagonia Sur y Patagonia Sur Santa Cruz-Argentina. En narrativa, publicó además el premiado volumen de cuentos Nomadía (Monte Ávila, Venezuela, 2010). Es colaboradora externa de la revista Lugares y desde 2014 forma parte del consejo de redacción de Boca de Sapo: Revista de Arte, Literatura y Pensamiento.

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