En el corazón de la caída

https://www.excentrica.ar/wp-content/uploads/IMG_6738.jpgEn el corazón de la caída

Un recorrido por la poesía de Adriana Almada, crítica de arte y poeta argentina radicada en Paraguay

 

 

De “Zona de silencio”, 2005

 

 

 

La privacidad, esa evanescencia.

 

 

***

 

 

Todos somos Ulises regresando a Ítaca,

pero sólo llegan los héroes.

Viejos y cansados,

pero llegan.

Saben que llegan tarde,

que perdieron parte de la película,

pero llegan.

Inventan lo que se ha ido,

construyen una nueva historia.

 

Soy Ulises.

Mi amado teje y desteje los días

mientras espera.

 

Él ya está en su patria,

nunca ha salido de ella.

Hace encantamientos

para olvidar que todavía no llego,

que el viaje es largo,

y que las sirenas se entretienen

conversando conmigo.

 

 

 

***

 

 

Escribir es desnudarse, exhibir cierta impudicia.

 

 

***

 

 

Encrespada cabellera de la tarde,

reflejo tardío sobre la quietud del té.

 

Saludos fragantes.

 

Hálito perfumado,

manos de seda,

ángel festivo.

 

 

 

***

 

 

Palpar [discreto placer],

tentador ejercicio.

 

Plácida placenta palpitante,

avidez primera,

último vestigio del paraíso.

 

 

 

***

 

 

Escritos de entrecasa, carne adentro.

 

 

 

***

 

 

La comba de la noche,

cáustica sombra

sobre la espiral del deseo.

 

 

 

***

 

 

Placer bifronte: el acariciante y el acariciado.

 

 

 

***

 

Madeja suave

de tiempo y silencio.

Mientras espero,

me acuno en el abandono.

 

 

 

 

De “Patios prohibidos”, 2008

 

 

 

¿qué es esta carne sino profecía ya cumplida?

el deseo quema todas las naves

 

 

 

***

 

 

el deseo. moscardón astuto que se demora y vuelve. silabeo de serpientes, fraternidad de hierba. el deseo se deshace en saliva, en peces que babean las paredes y pájaros sin cabeza que revolotean sobre la cama. el deseo infantil es poderoso. virginal. no sabe de manzanas ni de infiernos. el futuro no existe, solo este pedazo congelado de tiempo donde el universo se astilla.

 

 

 

***

 

 

la fruta de la infancia

es dulce en el exilio

 

cuando el destierro

se cumple piel adentro

no hay sitio más salado

que la propia carnadura

 

 

 

***

 

 

flor carnívora

este sexo de niña

que devora al corruptor

que la seduce

 

 

 

***

 

 

alacranes domesticados cruzan el silencio

 

 

***

 

 

camino vadeando abismos

rodeando ciudadelas de sal

en medio de la noche

 

 

 

***

 

 

nos arrojamos vendados

y también atados

el vértigo florece en el corazón de la caída

 

 

 

***

 

 

amargo es el trozo de pan con frío

 

 

 

***

 

 

ardedura antigua

tu mirada
interpela

mi infancia de sal y piedra

tus dedos desprenden el hielo

y encuentran agua

 

 

 

***

 

creo que puedo reconstruirlo todo a partir del indicio. dibujos, escritos, una que otra tela… perfumes. creo que puedo. detenerme un instante, sentir la inminencia del viaje. creo que puedo. la memoria es tierra fértil, plena de humus y lombrices que airean la propia biografía. reconstruirlo todo. como el homicida la escena del crimen, como el amante la delectación del amado.

 

 

 

 

***

 

paño fresco son los ojos del amado

ácido benévolo que remueve el pánico

es el día visto dos veces

 

al costado del laberinto

la noche se golpea

loca de amor

en una jaula

 

 

 

***

 

 

llueve

 

hay que preservar el fuego

en la intemperie

 

 

 

***

 

 

quiero alterar

la cadena genética del poema

cada partícula es una criatura

vulnerable

corruptible

 

quiero extirpar uno a uno

los órganos del poema

 

 

 

***

 

 

 

con la suavidad del álamo

has partido en dos la brisa

has arrojado el último pañuelo

sobre la seda del abismo

 

 

 

 

***

 

¿cómo hacer la cama

cuando uno solo quiere saltar al vacío?

 

***

 

 

el unicornio escapa de la fábula

me hiere

su desconsuelo de pradera extraviada

 

 

***

 

 

¿qué es el destierro
sino este deambular por las superficies?

¿qué es el destierro para las flores del aire?

 

 

***

 

 

en las varas de milenrama

el mundo se despelleja

 

rosa dédalo

apergaminada fragancia de laberinto

 

 

 

***

 

 

ábrete sésamo

palabra tacto

corazón de corzuela

 

 

 

***

 

el sonido

acaricia la felpa del día

se demora, viaja, enloquece

 

el sonido

hilo fino

lento

incisivo

 

el sonido de todo

el sonido del mundo

solo de sonido

 

***

 

 

promiscuidad perfecta

como hilos en una madeja

las palabras

 

 

 

De “Jardines del abandono”, 2018

 

 

Guardo un pliego de celofán desde la infancia. He crecido a su lado. Es hora de comenzar a desplegarlo y verificar su condición. Sigue intacto. Mi respiración vela, de a ratos, su transparencia. Lo desdoblo y hace ruido. Se quiebra. El solo tacto altera su composición física y metafísica. Mucho tiempo permaneció en esta caja que acabo de abrir. He desatado los lazos que la mantenían sellada y he revuelto su interior con ansiedad. El celofán se retuerce, estrangulado.

 

 

 

***

 

 

A la sombra de un cuervo

gigante desperté una mañana.

Sola, bajo el cuervo.

A la luz del día.

 

 

***

 

 

Autorretrato. Espejo ebrio.

 

 

***

 

Quiero ponerme un sombrero,

un par de guantes y un abrigo.

Y partir calle abajo, como Pessoa.

Pero aquí no hay calle. Ni frío.

Tampoco hay Pessoa.

Creo que Pessoa

tenía el sexo en la espalda.

En la espalda de Bernardo Soares.

En la tibia espalda del infortunio.

 

 

 

***

 

 

Traigo este viejo corazón en una bandeja.

Es un manjar extraño.

Ligero y violento.

Acidulado.

Exquisito en su amargura,

como un buen calvados.

Viejo corazón.

Hojaldre de pena.

Crocante.

 

Un bocado para cada comensal:

hay que proceder despacio,

suavemente.

Manjar tibio.

Viejo corazón delicado.

 

Cada mordisco libera un eco

y cada eco un fantasma.

No todas las fauces son iguales.

Algunas apuran la  fiesta.

Sin embargo, no hay desgarro:

este viejo corazón no tiene sangre.

Cada trozo se deshace

en mil hojas apergaminadas.

 

Viejo corazón secado en sal.

En vértigo.

 

 

***

 

El tiempo

se disfraza de ayer y hoy.

 

Adriana Almada nació en Salta (Argentina) y reside en Asunción (Paraguay).

Ha publicado dos libros de poesía: Zona de silencio (2005) y Patios prohibidos (2008) y tiene un tercero en imprenta, Jardines del abandono (2015). Es escritora, crítica de arte y curadora. Es autora de “Colección privada. Escritos sobre artes visuales en Paraguay”, “Hugo Aveta. Espacios sustraíbles” y “Joaquín Sánchez, el narrador”, entre otras publicaciones. Sus textos han sido recogidos en volúmenes colectivos, antologías y revistas  literarias.

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