Este es mi tiempo

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Poemas de Manuel Ruano (Buenos Aires, 1943-2017), poeta argentino de la generación del 70 fallecido recientemente

 

 

DE LAS MUCHAS ENCRUCIJADAS DE CIDE HAMETE BENENGUELI

 

 

 

“…volviendo de improviso el arábigo en castellano,

dijo que decía: Historia de Don Quijote de la Mancha,

escrita por Cide Hamete Benengueli, historiador arábigo.”

Miguel de Cervantes Saavedra,

Don Quijote de la Mancha, Cap.IX

 

 

Yo, Cide Hamete Benengueli,

encarnadura y voz del sueño y la impostura,

escribí con pluma de ganso mi Quijote en secreto gabinete.

Alá, introdujo esas letras de una ruta de la ensoñación,

de caballero andante, con adarga y armadura, e ilusoria Dulcinea

del Toboso.

Jamás sabré ponerles nombre a las rutas del corazón,

sólo me fío de quien me soñó en graves temporadas con la muerte.

Esas cabalgaduras cierran cualquier herida.

Largas horas pasé con un morisco toledano que tradujo esos folios

y un oscuro amanuense llamado Cervantes,

secretario años ha de un cardenal en Roma,

y soldado del Rey, mutilado en la Guerra de Lepanto.

Yo celebro ser criatura de su sueño y su penuria.

 

Perdido fui en el jardín de los tropiezos,

argumentando entre sombras glorias fallidas y soldaduras

de la peor especie.

No hubo lugar ni papel de estraza que alcanzara para contar

tan luenga historia,

cuya pertenencia fuera puesta en duda.

Que nadie diga que Cide Hamete Benengueli traicionó a Dios.

Para que ahora hablen mal de mí,

y me cierren las puertas de la sensatez.

Tan real era el hidalgo don Quijote, que soñó Cervantes,

como aquél puesto en prisión en la noche de los insomnes.

(No lejos está maese Pedro y su mono adivino.)

 

Los grilletes, trajeron a Cervantes el recuerdo de Argamasilla de Alba,

en la Cueva de Medrano, y no le dejaron dormir…

Pero estos cautiverios, son asuntos para picapleitos,

y han quedado en un libro de actas donde se escritura la fe.

 

Yo, Cide Hamete Benengueli, escriba de arábigas fronteras,

fui quien dictó a Cervantes el Libro que los soñó a todos.

Y él, me soñó a mí en trágico laberinto.

 

¡Oh, luna de Mahoma, cuán tétrica es mi alabanza!

¡El mito nos atrapa a todos en su desamparada resurrección!…

—oo0oo—

ESTE ES MI TIEMPO

 

Este es mi tiempo, en el que se consagran los renaceres

como una flor muy pura.

Donde relucen los empedrados de antiquísimos adoradores del Sol,

que fueran víctimas del fuego y del maíz.

Aquí se conjugan los sacerdocios ya extinguidos de la muerte,

En rezos inacabables, donde se enaltecen los pregones salidos

de la tierra…

Acaso en súplicas impenitentes que amonedaron telúricas visiones,

en sacrificados lamentos que vienen de la carne

y entretejen algún lugar de la penumbra.

 

¡Grandes plumajes han vaticinado el Canto!

Y adoradoras lunares fueron las que han ejercido sus poderes

en pócimas secretas.

Desde ahí, cada deslumbramiento ha sido una música

de consumación.

Se perdían los músicos en melodías de atabales,

ebrios por los ritos de iniciación.

Se expurgaban dolores de parturientas como ofrenda

para los viejos dioses,

Y era un peregrinaje que ponía al descubierto

El lenguaje desnudo de las sombras,

Adonde se refugiaban magos y cantantes de un culto olvidado.

 

Este es el espejo de las nieblas que llama a las criaturas enmudecidas,

adormecidas por un licor de plantas mercuriales.

En el lugar donde se adornan los esplendores en libros secretos.

Inexplicables lagunas cristalizadas me entregaron

en tipos cuneiformes, que leen las aguas del corazón.

 

Viejos danzantes me acompañaron bajo las lluvias.

Y con el tiempo, se perdieron en goces los aullidos vegetales.

 

¡Tenía una palabra muy antigua para ensalmar la luz!…

 

Donde se recuperan las especies en un amanecer

de estridencia floral,

en pintarrajeados esmaltes de tenebrosas edades,

en el que convergen torrentes de esporas como aire suave.

 

No, no hay prodigio sin música que suene y toque

en el diapasón de la muerte.

 

Yo tengo los oídos y los ojos atados al Canto,

Como celebrante de un oficio muy antiguo.

—oo0oo—

 

NUBES VIAJERAS PARA UNA DESVELADA AUSENTE

(1920-1999)

 

A Olga Orozco, in memoriam

Esa es tu voz.

Sí, un cartílago de oro que iluminó al sol.

Más bien debería recordarte que he aquí un cristal de roca

de belleza inaudita.

Ese espacio por donde tu alma pasa con el verbo ad verbum

atemperado,

que contradice a las presencias en su traje ritual.

En sinfonía de voces.

Más exactamente, había en ti una convalecencia de penumbra,

que llegaba sin aliento a las conclusiones inesperadas…

De igual manera había en la memoria una pajarera

desconocida para las nubes,

adonde entrabas y salías siempre, alabando los paseos perdidos.

Tengo la sensación de estar tomando contigo el té de las difuntas,

en el fondo de un jardín y tú, con tu corona de flores.

Es un diálogo secreto entre los huérfanos-, dijiste.

No estoy tan seguro de haber develado esas ausencias,

pero esos lamentos, esos paraísos perdidos,

son de aquella geografía del adiós.

Con rigor, debo confesarte que no debes confundir los sabores,

los reinos invisibles, las pasiones inescrutables

que alguna vez te han hecho llorar.

 

¡Ah, tapices revestirán una galería de abriles crueles,

de gladiolos moribundos,

de lágrimas de una mujer solitaria que toma sopa

con los retratos de un paisaje irrenunciable!

 

No debes alzar la voz cuando alguien te habla

de los salones desiertos…

Más aún, deberías controlar a quienes te adulan.

No siempre son de confiar.

Pero la niña terca que hay en ti, mira fijamente su plato

mientras se mueven las cortinas que dan hacia un balcón vacío…

 

No hay nada que hacerle: ¡robarle fuego al sol, ocasiona desgracias!

Te pone por delante una viuda de luto que augura calamidades

y prepara el pensamiento para la muerte.

Con todo respeto, siempre hay un embaucador de cosmogonías,

que pretende ocultar las nubes, las tormentas que se avecinan,

como un anticipo de los tiempos.

No te dejes impresionar por la distancia.

Recuerda que los poetas se reconocen más cuando no hablan.

Realmente, no hay embuste posible en los versos

que no hayan dejado flores marchitas como la soledad…

Pero los huéspedes, amiga, no han vuelto. Y tú me dijiste:

Me voy por unos días-, y yo te lo creí,

como un creyente de las cosas que vuelan;

los poemas de Pessoa se vuelan en un lejano bar de Lisboa

que ha quedado fijo en tu recuerdo;

pero tú, te ibas para siempre…

 

—oo0oo—

 

TAL ERAS COMO ESPUMA QUE SE PIERDE

 

 

 

Mal está que sobrenades gloriosa en esas aguas de la turbulencia,

que no conocen de la pasión y están llenas de ingratitud

como la misma muerte.

 

Peligroso está que sobrenades esas pesadillas

y te alejes de la playa de mi memoria.

Tal eras como espuma que se pierde

y se reencuentra a lo lejos de la piedra de fundación.

 

Perdida estás, si crees que con alabanzas me condenas,

entre congrios y floras turbulentas.

Los grandes océanos tienen ojos de  un niño

que desnuda el horizonte como una fruta,

como se desnuda el amor de los cuerpos irredentos

que brillan en la arena.

 

Se ha perdido el adiós como el casco vacío de un barco antiguo.

En arrecifes de coral.

En algas vivientes.

 

En corrientes profundas que cantan un amanecer ignorado

en el que se depositan los reflejos de la luna.

 

Mal está que me precipites como cabeza de mármol

de un dios ignorado en el fondo esas aguas…

 

Las páginas a las que siempre vuelvo,

son páginas de naufragios temibles que han aprendido a soñar.

 

No más cangrejos.

No más grutas de la fatalidad.

El mar no responde por esas adolescentes tímidas

tras el múrice perdido de una tintura hórrida.

 

Soy tan torpe, tan torpe, que te confundo el fondo del mar

con mi propio olvido.

 

Y soy tan olvidadizo, que una isla se hunde en mi memoria

sin el más leve asomo de dolor…

 

—oo0oo—

A UNO QUE SOÑÓ SOBRE LA FUGACIDAD DEL TIEMPO

 

 

“Ayer se fue, mañana no ha llegado.”

Quevedo

 

“En la sombra del otro buscamos nuestra sombra”.

Borges

 

 

No hay piedad para Quevedo.

Con usura se le cobran sus despojos,

sus sueños infernales, sus desplantes,

sus poemas, sus antojos…

 

Los chismes de la corte lo señalan con el dedo.

Ahí va entre corchetes

a la mazmorra de los siglos.

 

Amonedado ha la leyenda

de una galería de libros raros,

unos pocos libros doctos, de músico silencio.

 

Como perla de las perlas –testifico-,

sus edades son poemas de existencia.

 

(Me corrijo: pedernal del concepto

sus palabras de las horas,

son resina en soledad).

 

¿Era agua aquel vino de taberna

que nos cuenta en sus poemas?

¿O era vino maltratado de la historia rufianesca

de los tiempos que algún pícaro escanciara?

 

No lo sé. Borges mismo nos alerta que es verbal.

 

Yo no dudo. Mas me ayuda su grandeza

entre hojas muy temibles,

plumas raras, tinta ausente

y el perfume de rincones de los biblos

carcomidos por las ratas,

por las pulgas y humedad.

 

Los instantes de su angustia

se reciben de condena.

 

La Premática del canto

da acogida a su verdad.

 

Es el verso su alabanza más gentil.

 

Como aroma que es buril del pensamiento,

del sepulcro más profundo

que alguien llama soledad.

 

Escorpión de bajo fondo

que reclama su instrumento.

 

(Pasa el viento, pasa el viento…)

 

Y el que queda con su capa y con su espada,

es el cojo caballero de la Orden de Santiago.

 

¡No hay piedad que se resista a don Francisco!

Borges mismo lo argumenta:

en su retórica del llanto.

 

Yo quisiera rescatarlo de la noche más incierta,

y muy alerta,

encantarlo para siempre en la Torre Juan Abad.

 

Viene sólo como padre

de esa sombra tan siniestra.

Orquestador empedernido

de El Buscón en biblioteca,

contador de Cuenta cuentos en el Mar de Solimán.

 

(Pasa el viento, pasa el viento…)

 

Se le acercan como plaga,

manuscritos de otros días,

que se pierden en el fuego del adiós.

 

Borges mismo en su ceguera,

se declara quevedesco.

Sigue fiel a su arrabal.

En el diálogo que esboza

se esgrimen compadritos, cuchilleros,

y es Quevedo el que se asoma,

entre gritos y burdeles,

soñador cual el que más

de Cuna y de Sepultura,

que reparte sus sonetos,

sus romances,

por tahúres de la Corte celestial.

 

(Pasa el viento, pasa el viento…)

 

Memorial y Memorioso

ya se han ido entre las sombras.

Y los libros más añejos,

son la carta de un soñado y soñador.

No hay piedad para Quevedo.

Todo es sombra.

Sus palabras reverdecen de otro tiempo.

(Yo reclamo e interrogo desde aquí:

¿son blasones y estandartes

sus divinos gallardetes

que confirman el linaje, su lenguaje,

como encaje en seda fina del amor?)

 

(Pasa el viento, pasa el viento…)

 

Serenata muda del asombro

que se queda aprisionada

como mágica figura del ensueño,

del misterio,

del metálico sonido que reclama el corazón,

como música,

como música estridente de un fagot.

 

—oo0oo—

ANTONIO MACHADO

(Imitación de Propercio)

“Estos días azules y este sol de la infancia”

Antonio Machado
 (verso encontrado en un bolsillo del poeta a la hora de su muerte)

 

 

No sé si tu Pegaso vuela todavía.

Rubén te recuerda montado en él.

Empapado de misteriosa tormenta.

Referencia necesaria: hay un aire de Gorgonas en todo esto,

más allá del amor o la impostura.

En todo caso, Perseo decapitó a la cruel Medusa,

de cuya sangre nació Crisaor

y su hermano Pegaso, el caballo alado.

Lo que da viento a tu canto:

“Estos días azules y este sol de infancia” …

Te remonta a decir, como del pudor a la remembranza,

a lomo del caballo heroico,

para reiniciar una égloga de caminos.

Así, maestro, te recuerdan todos con tu gabán raído

por olivares de sol canicular,

por callejones de vides trepadoras,

en campos ubérrimos que la memoria arracima

como frutos tiernos del ayer.

Después, ¿qué han de recomendarte ante los dioses?

Apolo y Baco, han sido propicios.

Otras divinidades, desaprueban tu nostalgia,

mas no tu melancolía musical del cante jondo;

pero ven con agrado tus campos castellanos que relucen todavía,

tus encinas crepusculares,

tus patios andaluces, las fuentes de húmeda tristeza,

que suplanta plazas solitarias con bancos de piedra,

como testigos mudos de la luna.

 

(De un cadáver asoma su mortaja,

que se quedó con la boca abierta).

Lo que da la medida exacta de tus versos.

¡Son fugacidades manifiestas

de una casa de afónicas ventanas!

 

Pero, en iguales circunstancias,

te fuiste entre atabales,

empero tu cante, es incienso

que se eleva adonde no llega mortal…

 

—oo0oo—

 

CANTATA

 

 

“Retirado en la paz de estos desiertos,

con pocos pero doctos libros juntos

vivo en conversación con los difuntos

y escucho con mis ojos a los muertos”

Quevedo

 

Hicimos plegarias en las madrugadas y al anochecer…

Encendimos el fuego mientras caía la lluvia de los siglos

y se desencadenaban vientos atroces.

 

Elevamos monumentos de granito que algún día tendrán poderío.

Esparcimos almizcle en los sembrados y en las calles de la ciudad

en nubes de polvo.

Y fuimos las Destiladoras del aire y Recogedores de ocasos invernales

e invocamos a los Espíritus del Norte y del Sur,

del Este y el Oeste,

que no oyeron nuestras súplicas…

Fuimos tras esas sombras que venían de otras sombras, de un extraño

País de la ignominia,

y cantamos sin saber sus alabanzas por tierra y por mar.

 

Y también perdimos la ruta en un mapa muy antiguo de los viejos dioses

que se creyeron de un poderío inexpugnable.

No. No nos fueron propicios los Cantos y los esponsalicios de aquellas

sombras.

Y moraron sus espectros en las selvas, en las fuentes y en los ríos,

como criaturas desventuradas.

Velamos cuerpos en capillas ardientes y endurecimos el corazón

para anunciar la gran batalla;

pero la muerte no tuvo poderío.

También recitamos versos de alabanza para conjurar las víboras de la

Ensoñación.

Y entonamos ritos muy antiguos con las Expendedoras del sol.

Y expandimos incienso a esos seres benéficos de la Historia;

aunque los dioses nos ignoraran y hasta gozaran de nuestro infortunio.

 

Pero auspiciamos un nuevo Canto que nos redimió del silencio y la

infamia.

En una palabra, nos iluminó la oscuridad y nos templó el fuego.

¿Hijos de qué luz fuimos? ¿Habitantes de qué amanecer pernoctamos?

Somos la memoria de una memoria infinita en un país del Sur.

 

Y es verdad: lloramos muchas muertes y les rendimos sacrificios

que no llegaron a ninguna parte.

Se pronunciaron nupcias secretas entre las sombras de purificación.

Y ángeles en torbellino revolotearon para acallar a los demonios

que soñaban con nuestro exterminio,

para enmudecer nuestros cánticos en noches de Luna.

Demonólogos del Norte encendieron pavesas de los demonios del Sur

y acribillaron nuestros cuerpos en frías tierras australes.

Pero otra vez celebramos bodas de las presencias con las ausencias,

y enviamos primorosos mensajes a los ángeles benéficos.

Y auspiciamos la bienvenida de los himnos para tener poderío…

Y el alma se endureció como coraza de acero.

Y Hechiceras hubo para las oraciones. Y Teñidoras de ocasos.

Y pacientes Suplicantes que destilaron músicas para mitigar el tormento

y la tortura.

 

Y muchos de nosotros dejamos correr lágrimas y ensalmos y elevamos

maldiciones a los usurpadores

para que su poderío no nos destruyera…

 

Así y todo, celebramos esta asamblea de gente del común del Norte

y del Sur,

del Este y el Oeste, con grandes pájaros y aladas criaturas para quienes va

este réquiem de voces,

que anula las pestes y desgracias, como piedra sagrada de todas las

estirpes y poderíos de la tierra.

(Como venturosa carrera de centauros jóvenes en pos de la luz).

 

—oo0oo—

 

CARTAS PARA MAREAR OCÉANOS

 

 

 

Una mentira difícilmente pueda destruir un reino; pero mi reino

estaba basado en una mentira.

 

Cuando me detenía en tus ojos bajo las aguas,

te inventaba una vil mentira y eso calmaba tu corazón,

como un atardecer de verano en un bosque de cormoranes

y peces de escamas plateadas como la luna.

 

Cuando tu madre decía que no debías creer en mis palabras;

porque mis palabras te harían descreer de Dios,

yo te decía que el paraíso recobrado estaba en el fuego del infierno,

porque las mentiras traen monstruos de una región temible.

 

Puedo asegurarte que  jamás con una verdad,

Nunca nadie podría haberte  hecho tan feliz como te hice yo

con una mentira.

 

De ahí que pueda asegurarte que una gran mentira es un truco de magia,

y tú ansiabas la magia de los encantamientos…

“Una mentira es un encuentro peligroso”, me dijiste.

Y mi soberbia fue un atajo bajo el mar, hacia la costa más lejana.

 

Si te digo que un ángel es una mentira,

tus amigas se reirán de ello y dirán que no me hables.

Si te digo que un sueño que tuve anoche es una mentira,

¿eso arrancaría tu corazón de la indiferencia?

 

Tú, ahora, eres un mascarón de proa olvidado en el Pacífico Sur,

junto a un ancla y un timón sin dueño.

 

Ya ves, que una triste verdad jamás podrá reinventar un reino.

Debieras tener presente que las mentiras son cormoranes de la nada;

porque las estrellas ya no te hablan como te hablaba yo.

En cambio, una mentira, es siempre una extraña flor de pétalos inolvidables…

¿Recuerdas que te las juntaba de una gruta profunda,

más allá de las Hespérides?

 

Yo te despojé con mis mentiras del Oriente y del Occidente.

Yo te cautivé siguiendo una ruta de Norte a Sur.

Pero ahora eres un mascarón de proa de las profundidades;

adonde a veces me pierdo con la verdad,

como si realmente todo fuera el sendero turbio de las más viles mentiras…

 

—oo0oo—

 

CELEBRACIÓN DE LOS CUATRO ABUELOS

O EL GAY SABER

 

El panorama es desde este puente de incendio

que exige el vuelo sobre la ciudad y el río.

De luminoso espíritu en la piedra que lava su decir

En agua de roca.

Y en las estrellas ocultas de Dolores,

La que lava su decir en la gran llama de las ilusiones.

 

Organizador del Caos:

¡Devuélveme la claridad de la llama!

Yo soy el Ángel de la coronación, el primum nóbile,

De los esmaltes y las luces que te escribe desde el Imperio.

En las ardientes bodas de la Claridad,

Como en la jaula de los Malignos,

Se repite la gran consagración de mi alma.

La tierra lava sus sueños en su escritura.

En la inevitable purga de los sentidos.

 

Así como el aire lava las ilusiones y siente mi dolor

como las vivientes plantas de Agustina,

la que espera la nueva estación de las nupcias

de los elementos.

En el mineral, la roca

y en el pájaro la llama de la peregrinación

de los alegres días del Tiempo.

Brújula de los mares que oyeron mi nacimiento,

en una sinfonía de vibraciones eternas…

El agua lava mi visión como perfume

Que vitaliza mis sentidos

Y el mal purifica las voces en el gran cántaro de los recuerdos:

Así como el néctar atrapa las almas en un trapiche viejo.

Pócima purificante de Eduardo,

llamado en el segundo año de la quinta década,

Que se cerraron para Manuel, el invisible para mis ojos…

 

En el río desconocido

que no deja de correr dentro de mí.

En el comienzo y en el fin de todas las luces…

 

lito-y-teoManuel Ruano (Buenos Aires, 1943-2017). Fue autor de diez libros de poesía y dos de narraciones. Inspirado en la tesis poundiana de que “en poesía lo único que importa es la calidad de la emoción”, su escritura se manifiestó como exponente de la década de los setenta. Ya en 1969, Leopoldo Marechal (1900-1970) al presentar su libro Los gestos interiores  lo había señalado como una voz nítida en el panorama de esa época: “Sigo con atención las tendencias de la nueva poesía, y Manuel Ruano se cuenta entre los jóvenes poetas cuya originalidad e inspiración están dando ahora sonidos nuevos a la poesía nacional.” Estudió en su ciudad natal y perteneció a la revista literaria El escarabajo de oro. Su poesía ha sido traducida al japonés, al francés, al búlgaro, al rumano, al italiano y al inglés.

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