Para que exista esa isla

https://www.excentrica.ar/wp-content/uploads/Colonia-1.jpghttps://www.excentrica.ar/wp-content/uploads/Colonia-1.jpgPara que exista esa isla

Poemas del libro de Julieta Lopérgolo (Rosario, 1973), publicado recientemente por Postales japonesas (2018)

 

He decidido perdonar

la muerte de mi padre

cuando suceda.

Lo que extraño

no tiene nombre,

no existe.

Aún no sucede.

 

Sin embargo,

con qué amabilidad

ronda

a veces

lo imperdonable.

 

 

 

 

Estoy en viaje.

Nunca amanece.

Nunca llego.

Mi padre está muy lejos

de mi viaje.

Estoy en ir,

en un estado que no admite

el tiempo.

 

 

 

Te hablo.

Apuesto a que mis palabras

te despierten,

se ablanden dentro de tu cuerpo,

pacifiquen el aire,

el líquido que infla tu sueño.

Te hablo

y cuando me voy no quiero

ni una sola de las palabras que te dije.

Imagino que flotan protectoras

a tu alrededor,

vendadas con suspiros.

Son fuerzas delicadas,

salmos entonando tu nombre

a la altura de mi corazón.

Todo intento es pequeño.

 

Así imagino yo

que te defiendo

con un ejército de palabras.

Lejos

una paz aparece.

 

 

 

Por última vez

había que subir a la terraza a destender

tu ropa.

Había que ver cómo algo tan simple

nos hería.

Esa mañana contraria a las demás

la forma de tu cuerpo ondulaba en la soga,

el aire envejecido,

empastado de nada,

todo lo que no.

Queríamos decir mañana y no,

cielo celeste no,

ni vamos,

ni en un rato.

Lo único importante era esa ropa paralela

a la certeza enorme de tu muerte

en los oídos.

Podríamos haber velado directamente

la ropa tendida,

abrazados,

mientras soplaba ese viento desacostumbrado de junio

sobre el techo inocente de tu casa.

 

 

 

Antes de que la enfermedad

que se hizo de tu cuerpo

te impidiera la escritura,

lo escribías todo,

como quien sabe que el deseo

tiene un límite,

o mejor dicho: que el deseo

no tiene cura.

 

 

 

Quieren volver los perros

lastimados,

la jauría incompleta.

No sé qué pierden por los ojos,

si acaso es su desesperación

lo que supuran

y trae un olor dulce y triste

al aire descompuesto.

Buscan a uno

en esa soledad peor que nunca,

en el paisaje equivocado

donde falta.

A una distancia presentida

cierran los ojos,

son puro olor que grita

huyendo de un dolor

para resucitar en otro.

 

 

 

Mitigamos la belleza con nombres,

como si nos curara enfermarnos de eso.

A la espesura de los bosques

la llamamos verde,

oscuridad,

mitos de casas de los árboles;

al polvo de la tierra, humo.

Decimos nervaduras

a las venas quebradas de las hojas,

sangre al color de la respiración.

Llamamos mar

a la deriva persistente del agua.

Llamamos a lo que no habla

con este miedo.

 

 

Julieta Lopérgolo nació en Rosario en 1973. Es Licenciada en Letras y en Psicología. “Para que exista esa isla” (publicado por Postales Japonesas) es su primer libro. Actualmente vive en Montevideo.

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