A continuación un cuento de Virginia Feinmann perteneciente a su libro “Para que estés más cómoda” (Planeta, 2024).
El pequeño caballo azul de Franz Marc
El padre y la madre están tomados de la mano en la sala de espera. A una señal de la secretaria –ahora sí, señor– se levantan con el mismo impulso y el padre hace un esfuerzo por dejar que la madre entre primero, sea saludada primero y se siente primero en el consultorio del médico que les recomendaron.
–Dr. Epelbaum.
–Encantada.
–Siéntese usted también, por favor. Qué anda pasando.
–Es nuestra hija.
–Sí, ¿edad? –el Dr. Epelbaum tiene una lapicera en la mano, apenas levantada sobre un papel rectangular con renglones.
El padre y la madre se miran.
–Perdón ¿qué edad tiene?
–Tres años y medio.
El Dr. deja la lapicera sobre el escritorio.
–¿Y no la trajeron?
El padre se acerca a la mochila negra que apoyó sobre la silla y saca una computadora plana y cromada.
–¿Le molesta?
–No… no.
La coloca sobre el escritorio, tipea unas palabras y después gira la pantalla hacia el médico. La madre se levanta y gira también para poder mirar.
–Sí. Es ese –le dice al padre–. Es ese –bajando la cabeza–. Ahí.
En la pantalla se ve un cuadro que al médico le resulta conocido. Es un cuadro de colores muy vivos, rojo, verde, amarillo. Y en el medio hay un potrillo, un caballito al trote, de color azul eléctrico.
–Se lo compramos el año pasado, para decorar su cuarto.
–No lo elegimos por nada en especial –dice el padre.
–Creo que es un cuadro famoso –dice la madre.
–Ajá –dice el Dr. Epelbaum–. Y qué pasó.
La madre mira al suelo. El padre frunce los labios y los hace más finitos de lo que son.
El Dr. Epelbaum sigue mirándolos.
–Si no me dicen…
–Hace dos semanas, no, tres semanas…
–Un mes… más o menos…
–Sí, puede ser un mes… –dice la madre.
–Sí…
–La estaba vistiendo en su habitación. De la nada, le sacaba unas calzas para ponerle otras. Ella no se las quería sacar. Y después, de la nada, señaló el cuadro y dijo –la madre baja la cabeza y se cubre la boca–. “Pija”.
Por unos segundos nadie habla.
–“Pija” –sigue la madre–. “El caballito tiene pija”. “Mirá la pija, mamá, el caballito tiene pija, el caballito tiene pija” –el padre se acerca y la abraza.
–Este caballito –el Dr. Epelbaum gira hacia la computadora.
El padre acerca un dedo a la pantalla, sin tocarla, y lo mueve en diagonal sobre una línea naranja que sale debajo de la panza del potrillo.
–Es el tallo de la flor que está atrás –dice la madre.
–Sí… –dice el Dr. Epelbaum, repliega el cuello y después inclina la cabeza.
–Esta flor, ¿ve? –dice el padre–. Están las montañas, esa montaña chiquita, las rojas grandes, y sale esta flor amarilla, con el tallo.
–Sí… cambia de color abajo, digo, abajo de la panza es más oscura, naranja.
–Sí, pero es el tallo que viene de arriba –dice la madre.
–Sí, sí, es el tallo, estoy tratando de ver por qué le parecería…
–Eso –dice el padre– ¿por qué le parecería? ¿por qué?
–Bueno –el médico sacude la mano– no importa si parece o no parece. La cuestión es por qué lo dice ella.
–Y cómo lo sabe –agrega la madre.
–Y cómo lo sabe, señora, desde ya. ¿Tiene hermanos varones?
–No.
–Primos, amigos.
–No.
–Vecinos, amiguitos de la cuadra.
–No, no –el padre se levanta–, vivimos en un piso 18, ella no baja a jugar a la calle.
–¿Y el jardín de infantes?
–No la mandamos –dice la madre y mira al padre.
–Es muy chica, queremos tenerla un tiempo más en casa. Tiene toda la vida para estar con otra gente.
–Además, mejor –dice la madre–. Imagínese qué vergüenza, si vienen del jardín a avisarnos que dijo algo así.
El Dr. Epelbaum se levanta y da unos pasos por el consultorio.
–¿Ustedes no…?
–No qué…
–No sé, señora, estoy pensando. ¿Está segura de que fue esa la palabra?
–Ahora la dice todo el tiempo.
–¿Usted se rio cuando ella la dijo? ¿Se lo festejó?
–No… no lo dijo como un chiste. Lo dijo como… como mostrándome… como mostrándome algo.
–Algo que ella conocía.
–No sé, sí, algo que ella sabía qué era, sí, sí… como dice usted, que ella conocía –la madre baja la cabeza.
Se hace silencio un rato más.
El padre se acerca a la computadora.
–Es una reproducción –dice –, no el original.
–No, claro.
–Una lámina, quiero decir. Yo nunca podría comprar un cuadro de ese valor.
–Entiendo, sí.
–Ojalá pudiera, pero no puedo. Soy docente universitario. Es solamente una lámina. Una reproducción. Eso no tiene nada de malo, ¿no?
–No –el Dr. Epelbaum lo mira–. Eso no tiene nada de malo… siéntese, por favor.
Quedan en silencio. Sobre la torre de enfrente se refleja el último sol de la tarde. Después todo se oscurece. El padre vuelve a levantarse.
–¿Usted lo ve, doctor?
–¿El dibujo?
El padre asiente. El Dr. Epelbaum mira la pantalla.
–Ahora que me dijo, sí.
–Pero antes.
–No sé, me lo dijo enseguida. No creo, no. Es el tallo de esta flor que pasa por atrás.
El padre se acerca de nuevo al Dr. Epelbaum.
–¿No es cierto que es el tallo? Yo le digo “tallo”. “Tallo, hija, tallo”. “Mirá, es un tallo”.
–Sí, sí, es un tallo.
–Él trabaja de noche –dice la madre.
El padre, con sus dos manos apoyadas en el escritorio, levanta la cabeza.
–Eso qué tiene que…
–Trabaja de noche –vuelve a decirle la madre al Dr. Epelbaum.
–Soy politólogo –dice el padre mirando a la madre en vez de al médico–. Estoy preparando mi tesis de doctorado. De noche leo y escribo más tranquilo que de día. Me encierro en mi escritorio.
El Dr. Epelbaum mira a la madre, que sigue mirando al padre que ahora se paró muy derecho.
–Soy politólogo –vuelve a decir–, trabajo mejor de noche. Si tuvieras una carrera universitaria, lo entenderías.
Ambos se sostienen la mirada.
–Me pareció que era un cuadro lindo –dice el padre volviendo a la silla y desarmando la tensión de su cuerpo al sentarse–, me pareció lindo. Yo quiero darle lo mejor –se agarra la cabeza– lo mejor, nada más, quiero darle lo mejor –se cubre los ojos.
Entonces la madre se levanta y lo abraza, le acaricia el pelo, las mejillas. Se inclina y se queda un rato agachada al lado de él. Después, con lentitud, sin moverse de donde está, mira al Dr. Epelbaum y dice: –Doctor… ¿y no será que ella tiene un don?
–¿Un don?
–Un don. Algo artístico. Como una facilidad para el arte, para ver cosas que otros no ven.
–Señora…
–Podríamos averiguar en escuelas. Escuelas de arte –al padre– ¿qué pensás?
–Sí… podemos.
–Señora, mire, yo los voy a derivar con una profesional que conozco –dice el médico y abre un cajón–, para que le cuenten esto.
–Foros, foros de arte. Habría que buscar si hay otros chicos como ella, con este talento. La podemos anotar a distancia, seguro que le mandan obras y ella las puede estudiar.
El médico les extiende una tarjeta.
–No, no, para qué. Vamos a averiguar por escuelas de arte –la madre está abrazada al padre, los dos lo miran ahora, ninguno agarra la tarjeta.
–Ténganla igual, por las dudas –les habla a los dos, pero le acerca la tarjeta a la madre.
Ella la agarra, le sonríe al médico como si fuera un invitado a una cena de gala.
–Igual nosotros vamos a averiguar por escuelas de arte.
–¿Le parece bien? –pregunta el padre.
–Sí… si quieren averiguar, averigüen.
El padre estrecha la mano del Dr. Epelbaum entre sus dos manos con fuerza.
Después toma del brazo a la madre.
Salen juntos del consultorio, despacio, agradecidos.
Virginia Feinmann es escritora y traductora. Publica ficción breve en Verano/12, Revista Letras Libres (México/España), Anfibia, El Coloquio de los Perros (España), Revista Socompa. En 2016 se editó su primer libro, Toda clase de cosas posibles, que reunía las microficciones que ya circulaban con fuerza en las redes sociales. En 2018, el sello Emecé publicó Personas que quizás conozcas, con otros dos años de microrrelatos. En 2024 Emecé-Planeta publicó su tercer libro, Para que estés más cómoda, que presenta trece cuentos atravesados por el abuso, con muy buena recepción de la crítica y los lectores.Coordinó el Área de Publicaciones del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, en la ex Esma. Actualmente trabaja en la Biblioteca Nacional. Desde 2015 dicta el taller “Herramientas de la técnica narrativa: objetos, acciones y metáforas al servicio de una historia” y desde 2021 “Narrar lo imperdonable. Ocho cuentos sobre abuso sexual infantil” en la Universidad Nacional de Rosario. Varios de sus textos han sido adaptados al teatro, radio o espectáculos de narración oral.