Reseña de “Otro dios ha muerto” de María Casiraghi

https://www.excentrica.ar/wp-content/uploads/tapa-otro-dios-ha-muerto2-2.jpghttps://www.excentrica.ar/wp-content/uploads/tapa-otro-dios-ha-muerto2-2.jpgReseña de “Otro dios ha muerto” de María Casiraghi

 

Otro dios ha muerto cuenta la historia de Petrona Prane. Es el relato de su vida y su desarraigo, provocado por el despojo de las tierras de sus antepasados. Un caso, como tantos, de las apropiaciones ilegales que sufrió y sufre el pueblo mapuche, cuyo mundo y cosmogonía son la urdimbre de fondo de estas páginas. Algunos hechos, nombres, y lugares, fueron recreados y modificados, por mandato de la ficción”. Con esta aclaración se inicia la última obra (y a la vez, primera novela) de María Casiraghi (Alción, 2016), que retoma, como ya lo había hecho antes la autora en libros de relatos, la escritura de historias que tienen su centro en la Patagonia. Esta vez, “dedicada a Petrona Prane y a su familia”.

A la manera de un tejido mapuche, de los tejidos que la niña de este relato mira crecer en manos de una machi –según la cosmogonía, heredados de generación en generación de lilen kuzé, la araña, la promesa tejedora–, Casiraghi va entrelazando los hilos de dos historias paralelas: la de Petrona Prane y su familia, que es también un fragmento de la historia del pueblo mapuche, y la de una joven de Buenos Aires (acaso álter ego de la autora misma) que en un viaje al sur pasa un tiempo en compañía de este pueblo, se maravilla con su manera de entender la vida, luego conoce a Petrona y establece con ella una amistad que se perpetúa en el tiempo y a través de correspondencias. En cada uno de esos encuentros (reales o en papel), la joven empieza a tirar del hilo de la vida de Petrona, y con él, a desmadejar fragmentos mayores de la historia de quienes habitaron una vez el gran País de las Manzanas.

En la novela, elogiada por escritores como Adolfo Colombres, Luisa Peluffo o Vicente Muleiro (y cuya primera versión, titulada justamente El País de las Manzanas, obtuvo una mención en el Premio Letras Sur 2011, con un jurado integrado por Juan Sasturain, Vlady Kociancich y Martín Kohan), María Casiraghi presta su voz, una voz sumamente poética, para contar una historia. Pero para prestar su voz, otros le han prestado antes las suyas, porque así es como funciona cuando la literatura se mete con la Historia, cuando se entreteje con las historias reales de hombres y mujeres que transitan o transitaron esta tierra. Y así, la voz de Petrona nos cautiva; es una voz con muchas voces dentro, tal vez porque muchas fueron las vidas que en una sola tuvo. En su voz leemos la de esa niña con una infancia difícil pero en familia, pobre pero mágica, que no ha perdido el asombro, la de la mujer que se ha vuelto aguerrida a fuerza de resistir, la de la anciana que recuerda.

Ser arañas para hilar, nos enseñaba la tía María, la machi de nuestras rukas. Ahora, con la araña entre mis dedos, con toda su vida y su muerte sumida en mí, les voy a contar mi vida. Hay verdades que uno aprende de grande, las que más duelen, las que no tienen regreso. Cuando uno es joven tiene tiempo, pero el tiempo es poca cosa si no lo acompaña el conocimiento. Como uno encuentra fallas en un trabajo terminado, y teje y desteje hasta que esté bien hecho, pasa también con nuestra vida. Pero hay que tener buen ojo para saber cuándo es posible, cuándo no es tarde, si ese pequeño error que dejamos sin tratar no está ya convertido en una mancha, de esas que empiezan adentro del cuerpo y terminan desparramadas por toda la piel. Hacer y deshacer nuestra historia, deshilacharla hasta encontrarle las fallas, ahí mismo se está trabajando en la mejora, en la limpieza de la propia persona, si es que una ha alcanzado a ser una persona ya. No todos llegamos a serlo. Hay quienes nacen y mueren como bestias. Para empezar, mi nombre es Petrona.

Así es como esa voz poblada empieza a destejer su historia.

Un acierto de la novela es incorporar fragmentos de documentos, cartas, recortes de diarios y revistas que dan cuenta de las idas y vueltas de los sucesivos desalojos, quita de tierras y traslados que el gobierno argentino viene ocasionando a los mapuches desde tiempos remotos.  De eso sabe bien la machi, cuando instruye a Petrona:

… el primer desalojo mapuche fue su nacimiento. Después, vinieron muchos otros que hicimos frente hasta vencer. Así fue siempre, tenemos que usar lo que pasa alrededor para aprender sobre nosotros, sobre cómo manejarnos en la vida. Cada mapuche debe vivir su propio destierro, porque crecer nomás es ser desalojado. Hay que estar listo siempre para buscarle otra casa a nuestro cuerpo.

Porque si bien, como se aclara, hay en estas páginas una necesaria cuota de ficción, la historia de Petrona y su trasfondo son ciertos, y los documentos incluidos vienen a testificarlo. La familia de Petrona Prane, originaria de una región de Neuquén que ya no existe en los mapas, las Tierras de Pran (nombre al que luego los huincas le agregaron una ‘e’), vivían en Chinchinales, Río Negro, desde antes de 1850, y estaban emparentados con el lonco Valentín Sayhueque. En épocas en que hay quien todavía pretende relativizar lo que fue la cruenta Campaña del Desierto (épocas recrudecidas en el último tiempo), la novela funciona también como un resarcimiento por tanto daño causado. O tal vez porque la autora comprendió bien eso de que, según la sabiduría de la machi de esta historia, “hay una casa que va a estar siempre, que no puede destruir ningún huinca si el mapuche no la olvida; la palabra”. La machi se refiere, por supuesto, al mapudungun, pero ese pensamiento puede extenderse, incluir el acto mismo de plasmar una historia para que no se olvide. Y aunque lo que se narra pueda resultar doloroso, desgarrador, esto logra mitigarse por lo poético del modo en que la autora va llevando el relato.

Si, como dice Petrona, en el pensamiento mapuche los “nombres nacen por miedo, un miedo viejo, de que todo oscurezca, [p]or eso, en mapudungun, al nombrar al otro encendemos su conciencia, le recordamos que arde, que existe” (46), de algún modo (de un modo comprometido y respetuoso), Casiraghi se ha propuesto no permitir que oscurezca, alumbrar con su palabra una pequeña historia que es seguramente la historia de tantos otros y tantas otras en el territorio del sur. En el acto de entregarnos la historia de Petrona, Casiraghi enciende una llama. La llama de la conciencia, la de la alerta, la que dice esto sucedió, esto sucede. Esta gente todavía arde, existe. Aunque otros se empeñen en querer hacerla desaparecer.

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María Casiraghi nació en Buenos Aires en 1977. Es poeta, narradora y periodista, licenciada en Letras por la UBA. En poesía, publicó: Escamas de Silencio (2004), Turbanidad (2008), Décima Luna (2011), Loba de Mar (2013) y Albanegra (2015), todos ellos por Alción Editora, y la antología Vaca de Matadero (Editorial Summa, Lima, Perú, 2017).  Poemas suyos se publicaron en diferentes revistas digitales de poesía, nacionales e internacionales. Como periodista/narradora, escribió por encargo los libros de relatos y fotografías Retratos, Patagonia Sur y Patagonia Sur Santa Cruz-Argentina. En narrativa, publicó además el premiado volumen de cuentos Nomadía (Monte Ávila, Venezuela, 2010). Es colaboradora externa de la revista Lugares y desde 2014 forma parte del consejo de redacción de Boca de Sapo: Revista de Arte, Literatura y Pensamiento.

Descripción del Autor

Florencia Lobo

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