“Boca que la noche abre”, antología de Leonor García Hernando

https://www.excentrica.ar/wp-content/uploads/IMG_9118.jpghttps://www.excentrica.ar/wp-content/uploads/IMG_9118.jpghttps://www.excentrica.ar/wp-content/uploads/IMG_9118.jpg“Boca que la noche abre”, antología de Leonor García Hernando

Compartimos siete poemas de Boca que la noche abre, antología de la gran poeta tucumana Leonor García Hernando que acaba de ser publicada por El suri porfiado (2018), con selección y prólogo de Juano Villafañe.

 

 

EXISTO

 

 

Yo existo aún ante el miedo

golpeteando cascabeles de verano.

Yo existo.

Que el mármol resguarde

mis blasones de harapo,

porque transcurro.

Mi canto entrelaza jirones de asfalto

y estoy, o me voy,

o me quedo, o naufrago.

 

La lámpara hilvana cansancio de luz

en su gesto callado.

Quedo atrapada en tus ojos maduros y blandos.

Recorro la medular tristeza

de tus calles noctámbulas

y el viento es un mito desnudo

que rasguña apenas

la desolada piel de los faros.

 

Mi vida de hojaldre está quieta.

Mi cabeza de pájaros nocturnos

se deja caer, se derrumba.

Se abandonan mis manos

a su mudo destino de símbolos.

Pero yo sé que existo.

 

Aún ante el horario repetido

de los atardeceres mundanales y tiesos,

contagio un latigazo oscuro,

un rasgo gastado,

la impotencia brutal de mi destierro.

 

 

(de Mudanzas)

 

 

*

 

PUEDO RECORDAR: había un país donde

bailábamos y brindábamos con nuestros amigos

 

 

 

Asfixia sobre asfixia.

Sol sobre sol.

Y este inmenso país que nos abarca.

Un día nos descubrimos lamidos,

abandonados. (húmedos y vírgenes).

Sabemos que hay borracheras

que sólo nos pertenecen a nosotros,

que son nuestras aliadas;

que por ellas salimos a pelear.

 

Asfixia sobre asfixia.

Sol sobre sol.

Un día sabemos que no nos quedan ojos;

que las novias

dejaron sus ojos

detrás de las ventanas.

Después la noche suelta sus perros oscuros

hasta dejar la tierra trémula,

sin que podamos abrigarla.

 

Asfixia sobre asfixia;

el miedo es una piel distinta

que nos enorgullece.

 

Tenemos miedo

y nos alzamos abrazados y llorosos

a luchar

como una sola piel;

sol sobre sol;

hasta desnudarnos,

y hallarnos enteros a pesar de todo.

 

El monstruoso corazón de las tormentas

no se atreve a marcharse todavía.

Atraganta el pequeño país que contenemos.

Por eso vamos a empujar fogatas,

vamos a levantar la tierra

como un solo alarido;

vamos a quedarnos

creciendo desde la montaña,

acechando desde las mareas;

hasta sofocarlo.

 

(Y tanto nos arrimamos al fondo del viento

que tiembla entre nuestras piernas.

Y tanto gritamos en su vientre nudoso).

 

Sol sobre sol,

mis amigos bailarán

y brindarán por nosotros.

Luego,

quizás, bajen flores de la montaña

para que las mire.

 

(de Mudanzas)

 

*

 

Nadie quiere a nadie. Sólo sombras líquidas se mueven en el aire sucio.

La pasión es la altura y la enfermedad.

El cómico ha dejado su copa en la baranda peligrosa. La noche es arqueada como un pétalo sobre las ventanas iluminadas.

La noche es de estrellas carnívoras.

Qué amor nos tocará la frente ácida? Las paredes son desdichadas y con musgo en el hotel donde persisto      la fiebre es alta como una adolescente con las ropas azules y mojadas.

Con un alfiler podría atrapar esa mariposa; se desliza en la luz del foco que cae como una lágrima entre la pestaña de los cables.

Con un alfiler insistiría en su corazón.

 

(de La enagua colgada de un clavo en la pared)

 

*

 

He tenido el terror de los bichos humildes en la tormenta. Me mortificó la duda. Me mortificaron los grandes helechos ponzoñosos, los ojos de las modistas, las palabras habladas en la boca de mi madre.

La duda comió de mi corazón como un chino inclinado sobre su arroz cocido.

El deseo vino con un peso de barco que divide las aguas y termina siendo sólo veneno     blanco      cae en gotas de un raro espesor.

La boca agrandada por el deseo como por trazos de carmín y los ojos agrandados por la lectura.

Eso es todo.

 

(de La enagua colgada de un clavo en la pared)

 

*

 

Años

 

He perdido. Hemos perdido y llorado al fondo de los gallineros.

No hay más consuelo que estas plumas, estas aves de corral mirándonos compasivas.

 

(de La enagua colgada de un clavo en la pared)

 

*

 

Traición

traición en esta alcoba, en esta patria.

 

Sólo un verso hay en mí

un ciervo que huye, herido por los muertos.

 

Un poema es un instante de lucidez, de fascinación ante la historia.

Hay pisadas en el monte.

No he muerto yo y entre pisadas, estoy aquí escribiendo por azar.

 

(de Negras ropas de mujer)

 

 

 

*

 

y ella dijo: __sueño y desorden. La noche me da estos frutos porosos.

   No me quejo del azar.

No me quejo del llanto de los animales atados,

ni del hambre de la noche que come los objetos y los hace carne de su oscuridad

y ella dijo: __se supone que hay algo pesado en mi corazón.

Mis piernas son blancas, sin solear y de una pereza que es la turbia apariencia de la sangre.

Se me supone iluminada de frialdad y de astucia;

en el desorden pero estéril,

acabada por un aprendiz que hizo lo que pudo.

 

(de Tangos del orfelinato / Tangos del asesinato)

 


 

garcia_hernando_21Leonor García Hernando nació en Tucumán en 1955 y murió en 2001 en la ciudad de Buenos Aires, producto de un cáncer, dos semanas antes de la publicación de su último poemario. Poeta de culto, formó parte del “Taller Literario Mario Jorge de Lellis” y del consejo de redacción de la revista Mascaró. Publicó Mudanzas (Ediciones del Taller Literario Mario Jorge De Lellis, 1974), Negras ropas de mujer (Colección de Poesía Mascaró, 1987), La enagua cuelga de un clavo en la pared (Último Reino, 1993), Tangos del orfelinato / Tangos del asesinato (Colección de Poesía Mascaró, 1999) y El cansancio de los materiales (Colección de Poesía Mascaró, 2001).

Fotografía de Leonor García Hernando: Carlos Romero.

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