Todos los lugares se llaman promesa

Todos los lugares se llaman promesa

 

 

 

 

 

Un recorrido por la poesía de Raquel Jaduszliwer.

 

 

De Todos los lugares se llamaban promesa.

Jardinero:
las flores de intuición
dieron todo lo que pudieron dar.

Así es como renuncia a su color el aire.
Así es como lo vuelca
más allá de sus bordes.

Motor inmóvil que hacía girar las aspas
que molieron la harina
para el pan.

Tardes arreboladas.
Melancolía de las apariciones
cuando nos dejan sin palabras.
***

Un ala, aquella que proyecta el vuelo
hacia adelante
se detiene. La otra va hacia atrás,
hacia un fondo de grava. Allá donde familias
de palabras reciben al viajero
entre idiomas ajenos y en su centro
un graznido foráneo que declara:
estoy aquí
pero ya no me ves.
Se ha perdido mi rostro,
mi cabeza emplumada entre
los nombres.

No. Ya no lo veo.
Me veo sólo a mí en el reverso,
decreciendo. De vuelta a ser semilla,
esa semilla que nunca debería
haber quedado atrás.

Ahora estoy en la corola de un crepúsculo,
justo en el lugar donde el violeta vira al rojo.

Menguante es el ocaso.
****

De Los diagramas radiantes.

Padre,
entonces cómo haremos
para seguir hablando de la luz.
Estas son las semillas de una especie cansada,
flotan por encima de la realidad. Se supone que es hora
de salir a la búsqueda de un carbón encendido,
de una yesca en su punto lumínico,
de una iluminación. Algo con qué alumbrar
aunque traiga el incendio.
***

Del choque de lo quieto con lo raudo se decidían
los itinerarios. Así debía sentirse el paisaje interior:
cada animal, dormido. La piedra, casi estática.
El crecimiento de la vegetación
una vez alcanzada la mayor desmesura
reposaba.
Así venían los días: la velocidad de la más alta luz
era el mito fundante, pero en lo material,
lo que prevalecía era la detención. En lo mental,
al margen, la imagen de un caballo,
su corazón de vida. Ese galope largo
contra un fondo de bruma
y en el mayor silencio.
***

Vi pasar la barca de Caronte por la alcantarilla.
Tras de ella iba yo buscando el óbolo,
una moneda entre las aguas para mi viaje de los muertos.

Pero la vida, ah, la vida.
Con la misma precisión de las fatalidades
abajo se refleja un cielo líquido.

Los días precipitan. En lo alto
una moneda brilla, resplandece.
***

Hay tantas diagonales; son siempre intempestivas
las corrientes. La perla que aguardaba
allá en la hondura y todos los que han partido,
los que han ido a buscarla no volvieron,
han quedado engarzados,
han quedado inundados hasta el fondo.
Corriente de la vida lleva y trae.
Reino de lo ausentado. La flor de la presencia
se disuelve.
***

De El árbol de las especies.

Busqué en las altas copas,
muy bien podría ser un pájaro, no cualquiera de ellos
sino ese, el que resume ausencia entre sus alas
ese que existe grave y hacia adentro
breve como un paréntesis de pájaro
fijado a su momento pesado de quietud.
Algo quería decirle. Busqué en las altas copas
tan arriba busqué, arriba lo busqué hasta un extremo
exacerbado por el anhelo impenitente de ascensión.
Sí, busqué al pájaro inmóvil
ese que dicen que vive atravesado por un clavo de luz
y que derrama un inflamado azul de sus heridas
savia viva que cae
agitada en un viento que lo precede todo
y en un viento que a todo
lo sucederá.
***

La naturaleza imita lo inaudible: se escucha entre las hojas
un conjunto de ideas que vibran como un mimbre,
es el tallo que insiste en su verdor inmaterial.

Hay algo sustraído en el procedimiento.
Envuelto en pensamiento
no se aviene a habitar especie alguna.
***

Está esa flor urbana secuestrada,
la cabeza ladeada sobre el tallo,
sueña despierta con un mundo del todo vegetal.
Al respirar, las cosas tan ajenas se le tornarían verdes
y ese es todo su sueño. Nada quisiera, nada saber,
nada quisiera
más que darle la espalda a lo que la circunda
para escuchar tan sólo su propia vibración, sentir que late
debajo de la espina elemental. Así lo piensa,
razona como puede en su registro
quien sabe del precámbrico
o de alguna otra era
más antigua, difusa, inconcebible.
***

No hay mayor resonancia que la que provoca
el ramaje en el viento. Arranca desde donde se ocultan
tantos seres furtivos, por especie o espíritu,
por vocación de fuga. Ves cómo se prolonga el temblor
entre una idea y otra, se aleja hacia las puntas sensitivas,
yemas que soñaron alguna vez un cielo
un poco más profundo, diferente a este otro
que está por desplomarse. Quién sabe de esta forma
se cometa un crimen, un asesinato por aplastamiento.
Mientras tanto hay un brillo, como si se tratara de otro cielo
todavía inocente
sin pecado ni culpa, de los que ya no existen.
***

 

Raquel Jaduszliwer (San Fernando, Pcia. de Buenos Aires). Es lic. en Psicología por la UBA y reside en CABA. Publicó una novela, La venganza del clan de las banderas de acero (2018) y nueve poemarios: Los panes y los peces (2012). La noche con su lámpara (2014). Persistencia de lo imposible (2015). Las razones del tiempo (2018); En el bosque (2018). Ángel de la enunciación (2020). El árbol de las especies (2022), Los diagramas radiantes (2022) y Todos los lugares se llamaban promesa (2023). Obtuvo numerosos premios y participó en antologías nacionales y extranjeras.

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